Los entresijos de la luz
Fernando de la Rosa
Llega la mañana al lienzo y el sol quiebra la luz en una diagonal precisa. Sombra y luz embebidos de un cadmio anaranjado, solar.
Desde el lienzo se recibe una luz fragmentada, partida, disuelta, esquiva, granu¬lada, retintada de tonos. La pintura como una piel o un tapiz, tierra de cultivo, o como apuntara Esteban Vicente, «una suerte de escritura, de caligrafía». Aquí se desarrolla como tal.
La luz se desprende en orden. De inmediato se percibe una cuidadosa disposi¬ción de las pinceladas. Una circulación coordinada de partículas de color, que se concentran, se agrupan o se alinean en función del área que ocupan. La vibración de la luz no es solo una cuestión óptica. Pueden acudir a nuestra mirada destellos de un cromatismo vibrante o atemperado. Somos testigos de cómo la luz acude a la materia para llenarla. La luz habita la materia haciéndose una sola cosa en el cuadro y vive así la luz en el plano de la pintura.
José Lizasoain entiende la superficie del lienzo como plano material dónde sucede esta encarnación de la luz, y comprende que esta superficie es así mismo plano in¬material, trasunto filosófico en el que las inquietudes se despliegan e interconectan. El plano poético y el pictórico se superponen y transparentan también con el plano de la música, la memoria y otros muchos espacios, planos o no, con sus coordenadas y lugares específicos que constituyen así un espacio más amplio de tránsito y acción. Con la aplicación de la materia coloreada, el pintor puede pasar de un plano a otro creando pasajes que hacen del cuadro un lugar la memoria y el pensamiento. El pintor volverá una y otra vez a pasar por esos lugares en el espacio físico de unos centímetros cuadrados, con la impronta moral de un escriba. Hacemos y pensamos al mismo tiempo. Hacemos sin pensar. Pensamos que lo hacemos, vamos dejando la huella.
En el plano pictórico suceden, por tanto, cosas que tienen más que ver con la materia de la que está hecha una cosa, con el acto de pintar, en el transcurso del movimiento entre diferentes planos. Decía Philip Guston: «Es terrible racionalizar sobre pintura porque mientras estás creándola, puedes tener en la cabeza todo tipo de cosas, conscientemente, cosas que quieres hacer y que luego, realmente no se harán. Y no habrás terminado hasta que sucedan otras cosas del todo inesperadas y sorprendentes. (…) Pero con todo, cuando un cuadro sale, de una manera que es a la vez antigua y nueva, semanas después lo aprovecho, y consigo una unidad que jamás habría podido predecir, imaginar o planear. Y ese es un problema al que to¬dos nos hemos enfrentado». Ciertamente, si pensamos que el cuadro es una imagen fija no podremos acceder al verdadero asunto que está detrás de la pintura y que se asimila a la luz y la materia, pero sobre todo al tiempo, más que a un espacioplano mensurable.
Sam Francis declaraba que la pintura «era una manera de acondicionar el espacio para que el espectador pudiera hallar nuevas energías al tener la experiencia de la obra». Gran admira-dor de Matisse, Francis confesó que perseguía que el cuadro fuese, como dijo el francés, «un estado de condensación de sensaciones» Decía Matisse: «podría bastarme simplemente una obra esbozada, pero me cansaría inmediata¬mente, y prefiero retocarla para poder recono-cerla
más tarde como una representación de mi espíritu» (Notas de un pintor,1908). Como la de Matisse, la obra de Pierre Bonnard causó igualmente una profunda conmoción en su apreciación de la pintura.
Lizasoain conoce bien tanto a unos como a otros, americanos y franceses, de los que extrae sendas lecciones para proponer una pintura de hondas resonancias y claros referentes concep¬tuales, que de algún modo revisitan el legado de la pintura moderna y la vanguardia nor¬teamericana de mediados de s. XX, que tanto debía al lirismo último de Monet, ya olvidado, o a Matisse y Bonnard.
Si Lizasoain es pintor que deja hablar a la materia por boca de la luz, no es menos im¬portante el hecho de que la sostiene un sólido gesto. Aplicada con una gran solvencia técnica, la pincelada se conforma en escritura que hace de las líneas el soporte dibujís¬tico fundamental del cuadro. Lizasoain explora los cambios debidos a la luz interna de un paisaje textual. La vibración que provoca el meandro persistente de la escritura, el intersticio de la luz, no solo alcanza al ojo, sino que es la materia con la que el pintor (re)construye su memoria, indaga en el yo, capturando con la pintura momentos de su experiencia como ser humano, asumiendo las consignas que impone el tiempo en su cadencia insoslayable.
Lizasoain busca a Maximov, aceptando quizás las premisas de Octavio Paz, en tanto en cuanto «expresar los momentos del tiempo es evocación de la memoria. La me¬moria funciona como el anexo poético de la imagen. La memoria provoca imagen».
Maximov quiere quedarse a vivir en los cuadros de Lizasoain, y le llama por su nombre. No se puede hacer de la pintura algo útil, que sirva a fines prácticos, hay que ir andando y desandando el camino, descifrando tantas preguntas, resol¬viendo tantas dudas que te desvían de él.
Con qué propósito, nos preguntamos, la eterna pintura vuelve siempre a nuestros ojos ávidos de luz. Por qué la pintura perpetra en la abstracción el más sólido artificio de lo real, el más sofisticado andamiaje con el que construir y acceder a una memoria viva.
«Una abstracción es una experiencia relativa a la realidad. Las formas existen en alguna parte y uno se mueve hasta allí y las expresa. La abstrac¬ción tiene que ver con la forma y la idea básica relativa a la materialidad del mundo. Uno crea formas; provienen de la experiencia, y a fin de que lleguen a ser, uno ha de sustraer, analizar, eliminar. No es algo amorfo, es preciso, real. (…) La pintura no se puede explicar; un espectador sensible puede ayudar a su comprensión. Lo mis¬mo que con la música. La intuición es la guía. Lo que se siente despierta las emociones».
Este revelador alegato de Esteban Vicente (Sobre la pintura) atestigua el gran misterio que se esconde en el lenguaje plástico y su conexión con el senti¬miento que empuja al pintor a la materialización de la idea como cuadro. Hay otras formas y otros medios, pero el de la pintura siempre persigue esca¬par por los entresijos de la luz.
José Lizasoain seguirá marcándose objetivos y cruzando fronteras del sueño, para andar hasta las últimas consecuencias el camino de la pintura. Y con Esteban Vicente él igualmente proclamará:
«No pienses. Pintar no es pensar, es sentir. No pares, no pienses cuando estás pintando».