Maximov
La pintura es libre, siempre se escapa. No hay retícula, plano ni color que la sujete. La pintu¬ra es telúrica. Emerge, tiembla, se expande.Un artista la piensa, la interroga, la explora en un espacio, deja que su forma y su fondo lo guíen, le sugieran y le compliquen. Qué de pa¬sión tiene la pintura. Hasta que ambos, la una al otro, el uno a la otra, se vencen o encuen¬tran en medio del diálogo una poética en la que sentirse satisfechos un tiempo. El suficiente para el placer de un orden al que más adelante descoserle los límites, las cartografías emocio¬nales y desde los márgenes, salirse del plano, crear un volumen, volver a preguntarle al arte.
Es lo que pienso frente a las cartografías neuronales donde Pepe Lizasoain compone una geometría de instantes, definidos por la claridad, la precisión y la objetividad, que mutan en el grafismo del baile rítmico del mismo color. Intenso e inmóvil en la trampa del caleidoscopio, donde el color se desprende de su propia luz y a la vez regresa a ella o le prolonga un eco.
Pero esta pintura de texturas armónicas de un minimalismo monocromático donde resuenan Bartok y de repente Satie, se torna primiti¬va, ritual, introspectiva, con la fuerza de un magma que abandona el orden de su vibración para liberarse en una danza insondable, en la que Lizasoain se transforma en un médium a través del que se expresa Maximov: lo senso¬rial, lo epidérmico, la energía transversal, las raíces de la experiencia creativa con la que reinventar las emociones. La identidad del pintor en la pintura hasta donde los ojos del espectador son capaces de ver.
Guillermo Busutil